Por el abogado Marco Medina
Hasta hace poco las escuelas jurídicas predominantes sostenían la tesis de que la función del juez debía consistir en conocer las normas jurídicas y subsumir bajo estas los hechos pertinentes, siguiendo en tal proceso las reglas de una operación lógica. Según esas escuelas, el juez tenía que aplicar el derecho de acuerdo con los principios de la lógica cognoscitiva y, en caso de lagunas, debía llenarlas por el procedimiento de interpretar conceptos, puesto que se suponía que las normas jurídicas vigentes eran deducciones de un concepto fundamental, considerando que un conocimiento a fondo de este suministraría las nuevas reglas que fuesen necesarias (método de la construcción), es decir, destilar primeramente un concepto derivándolo de las normas jurídicas existentes, y deducir después nuevas reglas de ese concepto.
Por ello se hace inexorable que tanto la metodología del positivismo como los conceptos fundamentales que inspiraban el Estado Liberal tienen que ser replanteados a la luz del nuevo realismo social, científico y constitucional, propio de las sociedades de elevada complejidad que culmina en la globalización. No puede seguirse en la línea que separa el Derecho y la Justicia, que los desanima, que los divorcia y los lanza en un proceso anclado a la contracultura dominante, de una exigencia política y de una opción ética, capaz de enfrentar los dilemas entre la llamada por Hofmann, física de la socialización, la mecánica social y la paz mediante la legislación autoritaria, esto es, ley natural, mercado y competencia y seguridad en lugar de justicia.
Hoy no se debe enseñar para resolver problemas, por el contrario, se debe enseñar para generarlos, para aprender a manejarlos, identificarlos y superarlos, dentro de un saber abierto, que desarrolle las habilidades cognitivas del alumno, tras armonizar las necesidades de este y los valores sociales, en lugar del aprendizaje memorístico y repetitivo sumado a la pasividad que, infortunadamente, ha sido la constante metodológica en las facultades de derecho pues dificulta el desarrollo de la crítica de la creatividad, con consecuencias nefastas para el avance del derecho y la transformación o renovación de la justicia, por cuanto la enseñanza de aquel no es mero estudio de normas, sino de la justicia. De allí que no puede hablarse de una seria transformación del sistema de justicia sino se ataca el exceso de normativismo o de legalismo que invade al derecho, defendido por quienes se conforman con la armonía de las formas en que recluyen sus conceptos y que se inicia en el proceso de formación generado por la academia.
El proceso de enseñar y aprender a manejar la incertidumbre, que es reducir la complejidad ante las dificultades que el conocimiento presenta, en una época de transición y de cambio vertiginoso, como la actual, resulta imprescindible como instrumento pedagógico para el cambio de paradigma formativo. La complejidad es motor del cambio social, pero también funciona como un reactivo para la teoría jurídica, que necesita desarrollar esquemas conceptuales y métodos de análisis más complejos para ser capaz de explicar nuevas situaciones, pues la complejidad al interior de los distintos sistemas de la sociedad (político, económico, derecho, religión), aparece como consecuencia de dos factores: de una parte, el funcionamiento no sujeto a la causalidad de las estructuras de cada uno de esos sistemas y, de otra, la necesidad de transformar un entorno cada vez más complejo al interior de cada uno de ellos, en una tensión constante entre crecimiento y reducción de la complejidad.
En esta época, no solo se han hecho grandes descubrimientos, sino que se ha pasado de la era industrial a la posindustrial, a la era de la información y del conocimiento, que culmina en la era digital, caracterizada por la normalización de todo tipo de redes de informática y por la aparición de una nueva sociedad, la digital, con una cibercultura y un espacio propios, el ciberespacio. Es, sin más, la época oportuna para el cambio, la de revolucionar el pensamiento, es la época del riesgo y la incertidumbre, que supone, a su turno, la superación del determinismo sujeto a la causalidad, contrapuesto al orden como complejidad.
Marco Antonio Medina Salas.