La reciente visita al país de una delegación de alta personalidades del gobierno de Joe Biden a Miraflores solo deja ver una cosa: Pese a que la Casa Blanca se niegue a admitirlo, al gobierno que realmente reconoce es al que preside Nicolás Maduro.
En pocas palabras, el interinato que desde la administración de Donald Trump han alentado en la figura del diputado Juan Guaidó, no existe más.
Claro esto no ha pasado gratuitamente. El conflicto bélico entre Rusia y su vecina Ucrania coloca el tema energético de nuevo en el tapete. Y con las sanciones impuestas a Rusia, que ya suplía parte del mercado de otras naciones productoras de petróleo también sancionadas, tanto EEUU como Europa se ven en la disyuntiva de resolver este complejo ajedrez geopolítico que los tiene entrampados en su propia madeja de restricciones. En pocas palabras, de tanto aplicar sanciones, las potencias, en su soberbia, terminaron autobloqueándose.
De tal forma que ahora, con el barril de petróleo a precios increíblemente altos: la semana pasada llegó a rozar los 180 dólares, con el precio de la gasolina por las nubes, y el consecuente temor que Rusia cierre el suministro de gas a sus vecinos, la situación obliga a la Casa Blanca a revisar su propia política exterior y a, de alguna forma, garantizar que puedan hacer uso del suministro de petróleo más seguro y confiable que tienen sobre el planeta, que es el de Venezuela.
Así, “la visita” que tanto ha molestado a radicales de acá y de allá, podría abrir las puertas al levantamiento de las sanciones, al menos las petroleras, pero lo que ya sí ocurrió, aunque nadie se atreva a decirlo abiertamente, es que la administración Biden está absolutamente consciente de que la autoridad ejecutiva del país la ejerce Nicolás Maduro Moros y no el diputado que tanto han apoyado mediáticamente y que parece, además que no sabe cómo ponerle fin a su eterno interinato.
Venezuela ya ganó con esta ecuación, pues este acto es un espaldarazo al hilo constitucional y electoral de Venezuela, y la primera potencia de occidente así lo reconoció, por lo tanto, de ahora en adelante todos los temas vinculados con la relación bilateral (que son muchos por cierto) se abordarán con las autoridades indicadas para ello. Y de esta forma, la “comunidad internacional” debe dejar el prurito a un lado y también terminar por desconocer el absurdo jurídico que intentan sostener con la figura, y con los organismos y cargos paralelos que desde hace tres años no solo no ayudan a resolver la crisis política del país, sino que la entorpecen.
El conflicto en las estepas entre Moscú y Kiev es lamentable para la humanidad, sobre todo porque demuestra una vez más que el diálogo como mecanismo político para solventar las diferencias fracasó, pero deja unos efectos colaterales para Venezuela que resultan poco despreciables: Una oportunidad para levantar las sanciones económicas al país, la puerta abierta a retomar el diálogo en México, el reconocimiento internacional de Nicolás Maduro como la única autoridad ejecutiva del país, y un precio del petróleo -nuestro principal producto de exportación- totalmente fortalecido, justo cuando la economía nacional comienza a dar signos de equilibrio, lo que podría ayudar aún más a su restablecimiento, paulatino, pero definitivo.