Por Coralia Indriago
Los movimientos feministas han sido históricamente necesarios para reivindicar los derechos de las mujeres, frente a una sociedad en la cual durante siglos, el género masculino se ha impuesto sobre el femenino, sometiendo a las mujeres al dominio y poder de los hombres, trayendo como consecuencia, la cosificación de la mujer, tratándola como un objeto, o una propiedad, y poniéndola en una situación de minusvalía tanto desde el punto de vista social, como desde el punto de vista legal.
Sobre este particular, existen diversos ejemplos de lucha en todo el mundo, que se han producido para que las mujeres tengan derecho al voto, a la salud, a la educación, al trabajo, a la autodeterminación, y al libre desenvolvimiento de su personalidad.
Estos cambios, afortunadamente, han ido equilibrando las relaciones entre géneros, empoderando a las mujeres, particularmente en el mundo occidental, en el que una mayoría de países reconoce y protege sus derechos, encontrando ejemplos de mujeres presidentes, congresistas, alcaldes, deportistas de alto rendimiento, escritoras, juristas, economistas, etc., que se destacan y obtienen el reconocimiento no solo legal, sino social.
Sin embargo, pareciera que en esta lucha de las mujeres por alcanzar la igualdad de género, existen sectores que están dispuestos a ir más allá de la simple igualdad, forzando la situación al punto de sobreproteger a la mujer, y otorgarle muchos más derechos y preferencias frente a los hombres, en una suerte de “discriminación a la inversa”, enarbolando la bandera de la “corrección política”, para alcanzar tales fines.
Veamos algunos ejemplos:
- En muchos países, hay leyes que protegen a la mujer en casos de violencia doméstica, que ha sido un mal que ha aquejado por siglos a la sociedad, y que tradicionalmente se ha visto como la agresión del hombre hacia la mujer que es su pareja. Y está bien que existan esas leyes, que acaban con aquello de que “entre marido y mujer nadie se debe meter”.
No obstante, existen casos en los que es el hombre el que es maltratado e incluso agredido física y sistemáticamente por su mujer, y para estos casos generalmente no existe protección legal alguna, y además, el hombre muchas veces no denuncia por temor a las burlas que recibirá no solo por parte de sus allegados, sino también por parte de las propias autoridades, que desestimarán cualquier denuncia al respecto.
Resulta profundamente desagradable, ofensivo y fuera de lugar, que en aras de una supuesta “corrección política”, y un pretendido “lenguaje inclusivo de género”, se cometan estas aberraciones lingüísticas.
Coralia Indriago, abogada.
2. En muchos países se protege el empleo de la mujer durante el embarazo y luego del parto, sin embargo, esta protección en la mayoría de los casos no existe para los hombres que tienen a su esposa embarazada y son padres de familia. En Venezuela afortunadamente la legislación sí prevé esta situación desde hace poco tiempo, y protege la paternidad, al igual que la maternidad, pero no es lo común en otros países.
El ejemplo más reciente sobre estos excesos en el tema de la igualdad de género y la protección a la mujer, lo encontramos en el Proyecto de Ley propuesto en Chile, que se discute en la Cámara de Diputados, con el cual de manera asombrosa y paradójica, se pretende proteger a las mujeres…¡sin mencionarlas!
En efecto, el proyecto de ley omite de forma deliberada el uso de la palabra “mujer”, sustituyéndolo por el término “personas menstruantes”.
Esta denominación, en primer lugar, carece de base médica y científica, por cuanto nunca escucharemos a un médico al comentar un caso clínico sobre una mujer, referirse a su paciente como “la persona menstruante”, incluso si el problema de salud que presente la mujer, está relacionado con su ciclo menstrual. Se referirá a su paciente como la mujer con tal o cual padecimiento, según la jerga científica, pero nunca hablará de la “persona menstruante”.
En segundo lugar, desde el punto de vista del uso del idioma castellano, en general, cuando nos referimos a una persona con una u otra característica, es porque queremos hacer hincapié en que esa característica es de vital importancia, y define en gran parte, lo que esa persona es, cuál es su esencia.
En este sentido, tal característica, adicionada a la palabra “persona”, nos define tanto en forma positiva, como en forma negativa, y refleja la esencia del ser humano del que estamos hablando.
Por ejemplo, hablamos de una “persona brillante”, una “persona caritativa”, una “persona decente”, en casos positivos, pero también podemos hablar de una “persona desagradable”, una “persona delincuente”, o una “persona inmoral”.
Por tal razón, considero que referirse a una mujer como “persona menstruante”, lejos de ayudar a la igualdad de género, y dar apoyo a la mujer, es un paso atrás, en la dirección contraria, ya que una mujer, es mucho más que un mamífero hembra que tiene ciclos menstruales, es un ser humano integral, con sentimientos, emociones, valores, inteligencia, pensamientos, y que desempeña múltiples roles en la sociedad.
El análisis lingüístico según el Diccionario de la Real Academia Española, nos dice que “menstruante” es “quien menstrúa”; “menstruar” es “evacuar el menstruo”; y finalmente “menstruo”, es definido como “sangre procedente de la matriz que todos los meses evacuan naturalmente las mujeres y las hembras de ciertos animales”.
Es decir, que las “personas menstruantes”, son las que evacuan mensualmente sangre de la matriz, como animales.
En conclusión, para mí como mujer, resulta notoriamente ofensivo y degradante, referirse a una mujer como “persona menstruante”, como si de un animal se tratase, y como si la única condición distintiva del hecho de ser mujer, fuese “menstruar”.
También de alguna manera resulta discriminatorio el término, por cuanto existen mujeres que por su edad (niñas prepúberes, y adultas post-menopaúsicas), o por diversas condiciones médicas, no menstrúan, y no por ello son menos o más mujeres que las que sí lo hacen.
En definitiva, resulta profundamente desagradable, ofensivo y fuera de lugar, que en aras de una supuesta “corrección política”, y un pretendido “lenguaje inclusivo de género”, se cometan estas aberraciones lingüísticas.
Creo que se ha dado excesiva importancia al lenguaje inclusivo de género, con el uso de “todas y todos”, “todes”, y otras tonterías, cuando lo verdaderamente importante es educar a los seres humanos, sin importar su género, para respetarse unos a otros, sin discriminaciones de ningún tipo, y valorando las diferencias de forma positiva, en vez de pretender la utilización de un discurso vacío y sin sentido, mientras se mantienen las viejas estructuras sociales y culturales que en la práctica continúan en algunos casos, discriminando de hecho a las mujeres.